El traslado de la imagen

GloriaMartín. "Tesoro" 2013. Acrílico sobre lienzo. 162x195cm.

Backstage museum
Sema D’Acosta
Septiembre de 2013

Aunque a primera vista el trabajo de Gloria Martín Montaño (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1980) puede parecer sencillo –un rasgo que por su franqueza ya de inicio resulta tremendamente cautivador-, si nos adentramos con atención en su obra descubrimos un proyecto pictórico y conceptual de mucho calado que partiendo del universo museístico y la sacralización de los objetos artísticos como vestigios contemporáneos, reflexiona sobre su significado, historia y modo de contextualización. Esta visión metalingüística que recurre al propio arte para hablar de sus lugares de intimidad, nos permite acercarnos al museo desde un punto de vista novedoso que si bien comparte paralelismos con otros autores que también han tratado o siguen tratando el tema, recordemos por ejemplo las objeciones teóricas en torno al cubo blanco de Brian O’Doherty a finales de los años setenta del siglo pasado o el activismo actual de Sandra Gamarra en su empeño por poner en tela de juicio esta institución áurica, se distancia de ellos por carecer de matices políticos y centrarse, en la mayoría de los casos, en asuntos que atañen al lenguaje de la pintura, la dialéctica continente/contenido o al cuestionamiento de los límites del espacio de representación.

Cuando alguien pasea por el Museo del Prado concentrado en las obras de arte que tiene delante, en raras ocasiones considera el reverso de lo que observa. Como ocurre en una función teatral, a lo largo de las salas todo se nos aparece en su sitio, en el orden adecuado y expuesto de forma lógica sin que nada reclame especialmente nuestra atención a excepción de los auténticos protagonistas de cada estancia, que no son otros que cuadros y esculturas. Evidentemente, el espectador debe contemplar esos componentes en su esplendor desde el patio de butacas sin colarse entre bambalinas ni descubrir los secretos que esconde esta puesta en escena final, una estudiada presentación que se convierte en el estadio último de un largo proceso que requiere una intrincada labor de preparación y mantenimiento llevada a cabo por los conservadores responsables de la colección. Son ellos los que deciden en qué circunstancias exactas se exhibe cada uno de estos elementos para mostrarlos al visitante en sus mejores condiciones. Verdaderamente, apenas reparamos en este quehacer invisible que rodea a cada una de las piezas que nos encontramos. Ni siquiera se nos ocurre suponer los avatares que la han llevado hasta ese determinado lugar o las dificultades que conlleva su presentación, un trasunto que parece secundario y cobra capital importancia en los trabajos de Gloria Martín, que con sus pinturas ambiguas y misteriosas consigue dislocar la mirada hacia lo que normalmente pasa desapercibido o queda vedado para el espectador.

Aunque inhabilitemos la forma de una obra de museo o la resguardemos en una caja dentro de una habitación, somos capaces de proyectarla en nuestras cabezas por el rastro que deja, una huella entre enigmática y extraña que aferrada a una voz hueca se mantiene viva haciendo reverberar su eco mudo en el entorno. Esta desnaturalización intencionada de una imagen que renuncia a su núcleo principal para omitir lo sobreentendido, permite desviar la atención hacia otros detalles relevantes de utilería y almacenaje hasta ese momento incidentales, apéndices en los que pocas veces nos fijamos o rincones aparentemente inadvertidos que esta joven artista sevillana logra convertir en el argumento principal de sus últimas series, un ejercicio tautológico donde lo significativo sigue estando presente pese a que no se muestre directamente, gracias a un envés sutil que activa a través de estos espacios indefinidos los resortes de la imaginación.


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